sábado, 19 de abril de 2008

El cebo más grande del mundo

Recuerdo vagamente, pero con cariño, el día en que acompañamos a pescar a mi hermano Juan, en la playa de Chipiona. Íbamos, mi novia Carolina y mi otro hermano Felipe, y a mi no se me ocurrió otra maravillosa idea que pedirle a mi hermano Juan que me dejara lanzar la caña para probar suerte, y más que suerte lo que tuve fue desgracia, pues al lanzar la caña esperé con nervios e impaciencia a que el anzuelo con su cebo provocara el movimiento de ondas en el mar al caer, pero yo no notaba nada, lo único que noté fue que alguien me tocaba por detrás para llamarme y enseñarme donde estaba el susodicho anzuelo; era mi hermano Felipe y no, no lo tenía en la mano, si no que lo tenía clavado en el brazo… y ya saben, mi mujer empezó a reírse, mi hermano Juan a cabrearse, la gente empezó a mirar curiosa, y mis rodillas que empezaban a doblarse en un ángulo de 90 grados, pues tal era el desaguisado, que por más que tirara del anzuelo, no saldría ya que como se puede ver en la imagen una vez que entra, como no lo cortes, no lo sacas ni de coña, así que, todos corriendo a primeros auxilios de la playa, y por el camino, aunque un poco asustados, mi hermano Felipe, levantaba el brazo con el anzuelo y el cebo todavía clavado, y eso hacía que aquella escena fuera un poco esperpéntica, pero graciosa, y allí hubo alguien que literalmente se meó, pero que se meó encima de verdad, vamos, en fin que cuando llegamos a la caseta de socorro, allí no tenían ni pajolera idea de cómo sacar el anzuelo, así que nos mandaron a urgencias del pueblo, ¡qué inútiles! no queríamos ni imaginar si alguien se ahogaba en la playa; ¿sabrían hacerle el boca a boca?. En fin, allí ya en urgencias, le sacaron el anzuelo cortándolo, y también nos reímos un rato con el enfermero que comenzaba la frase a un nivel auditivo normal para caer en picado al final, nosotros nos mirábamos asintiendo por educación, pero no nos enterábamos de nada, con lo cual, estábamos deseando salir de allí para poder descojonarnos a gusto en la calle y no en la cara de aquel pobre hombre, que encima nos estaba ayudando. En fín, otra de esas anécdotas que no se olvidan, sobre todo a mi pobre hermano, que por una mañana se convirtió en el cebo más grande del mundo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

JAAJAAAJAAAAJAAAAA, QUE TORPEEEE! y vaya con los inutiles del puesto de socorro de la playa!

Tacho dijo...

Jajajajaja, lo único que sé pescar son resfriados primo, jajajajaja

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